El que duda muere

El que duda muere

         Ahora o nunca. El tiempo se acababa. Debía disparar antes o moriría. Debía ser el primero en dar. El primero que da da dos veces. El hombre que estaba enfrente era su enemigo. Su ametralladora no era un juguete. Pronto empezaría a escupir fuego si él no lo mataba antes.
         Lo había visto  muchas veces en el cine. Stan era un gran aficionado al cine y el género bélico era su preferido. Ahora ya no se trataba de un “charli”, un amarillo que quería acabar con el blanco salvador. Ahora era un árabe el que llevaba entre sus manos semejante arma, un arma capaz de hacerle pedacitos.
         Cuando iba al cine en su pueblo, jamás llegó a sospechar que él se vería alguna vez en una de aquellas escenas de guerra y de muerte. Ambas, guerra y muerte, estaban muy lejos, a miles de kilómetros y a muchoa años de dictancia.
         Pero, ahora no podía negar la evidencia. Si no disparaba él, se convertiría en el blanco perfecto del arma enemiga. ¡Mierda!, no podía ser. ¡Qué demonios se le había perdido a él en aquella guerra que ni entendía ni sabía muy bien dónde estaba pasando!
         Un día lo vistieron con un uniforme militar. Otro le dieron un arma. Más tarde lo subieron a un avión y, tras muchas horas de vuelo, le dijeron que ya había llegado al lugar desde el que habían sido llamados para salvarlo de los pérfidos terroristas enemigos de la libertad.
         Stan se vio en un carro blindado, disparando un mortífero cañón. Luego tuvo conciencia de que algo había reventado su tanque y salió huyendo con una pistola en la mano.
         Había alcanzado el suelo. Se había torcido un tobillo. Tenía mucho dolor, pero lo peor era la cercanía de aquel árabe que disparaba su ametralladora y que pronto lo vería. Se iba volviendo hacia donde él se agazapaba. Sentía el sudor por todo su cuerpo. Nunca había matado a nadie. ¡Malditas pistolas! No quería convertirse en un asesino. Había acudido a salvar la civilización. No estaba por la labor de….
         Dolía. Dolía mucho, intensamente, pero ya no era el tobillo. Algo lo desgarraba por dentro. Después se hizo oscuro
         Todo se acabó. Nunca más volvería a empezar un año nuevo.