jueves, 28 de octubre de 2010

En el teatro

Esta semana he estado en el teatro Arriaga viendo "El avaro" de Molière, con los alumnos de la escuela.
Tenía mis reticencias antes de ir y sigo teniéndolas después: lo idóneo de una obra clásica para estos chicos; la capacidad de deslumbrarles que pueda tener una obra cuya mayor riqueza es el diálogo; su posibilidad intelectual de ahondar en una sátira despiadada; y el interés de ver a una compañía que, a mi modo de pensar, no ofrece una representación precisamente inmejorable.
Nunca he pensado (y no lo voy a hacer ahora) que cualquier lectura es mejor que no leer, que cualquier asistencia al teatro es mejor que no ir. Hay lecturas y obras de teatro que no merecen mi atención o mi tiempo, ni los de los alumnos.
Pero, no quería habar de esto.
Esa mañana me retrotraje varias veces a mi adolescencia. Recordé lo que para mí suponía entonces ir al teatro, al Arriaga, a butaca de patio, a ver una obra clásica, con una compañía profesional en el escenario (por supuesto, nunca fui de mañana, a una función escolar, en el mes de octubre).
Para mí era una fiesta para la que había que ahorrar durante bastante tiempo y a la que había que sacrificar otros muchos caprichos. Y eso sin quedarme nunca en el patio de butacas. Siempre había que subir más arriba.
Recuerdo perfectamente que en Teatro Campos había que conseguir la fila 3 del anfiteatro porque se podían estirar las piernas y las cabezas de los de delante apenas molestaban; que en el Arriaga había que ir a una delantera para evitar con seguridad todas las columnas; y que el más complicado era el Coliseo.
Y ese día, esos "mocosos" lo tenían todo sin ningún esfuerzo. ¿Que nada ha cambiado?; ¿que cambiamos a peor? ¿QUién se atreve a hacer semejantes afirmaciones? Hoy vivimos mucho mejor que hace 40 años y yo no me voy a "desapuntar" de ello. Aunque me tenga que tragar que la mayoría se aburrieran. Cuanto más fácil lo tengan, mejor.

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